Los pulmones

Puedes considerar la posibilidad de tan solo leer la información que sea relevante para ti y para tu(s) bebé(s). Así evitarás abrumarte con demasiada información en un momento que ya de por sí es angustioso.

Complicaciones de los bebés prematuros o enfermos que afectan a los pulmones

La apnea es un problema común en los bebés prematuros, ya que su delicado sistema nervioso, responsable de la respiración, aún se está desarrollando. Tras el nacimiento, su respiración necesita estabilizarse en un ritmo regular. Alrededor del 70% de los bebés nacidos antes de las 34 semanas de gestación⍰ sufren un cierto grado de apnea. Cuanto más prematuro sea el bebé, mayor será el riesgo.

 

Los bebés antes de nacer tienen ciclos de respiración irregulares con paradas frecuentes, lo que se conoce como respiración periódica. Si estas pausas duran más de 20 segundos, o si se dan cambios en la frecuencia de latidos del corazón o en los niveles de oxígeno, se le llama apnea. La buena noticia es que a medida que los bebés prematuros crecen y se desarrollan, su respiración se regula, y la mayoría supera la apnea antes de la fecha prevista de nacimiento.

 

Aunque la mayoría de las veces la apnea se debe a una respiración periódica, los problemas de pulmón o las infecciones pueden complicar la situación. No obstante, tu equipo de neonatología o de profesionales sanitarios vigilará cercanamente a tu bebé, observando su respiración, frecuencia cardiaca y niveles de oxígeno. Si ocurre una apnea, responderán rápidamente. A veces, basta con tocar suavemente la espalda o los pies de tu bebé para ayudarle a seguir respirando con regularidad. A veces, el equipo médico puede recomendar medicación, normalmente cafeína, para reducir los episodios de apnea. En casos más graves, puede ser necesario oxígeno o asistencia respiratoria.

La asfixia se produce cuando el suministro de oxígeno al bebé o a parte de su cuerpo cae a niveles críticos. La causa puede ser unos niveles bajos de oxígeno ya de entrada (hipoxia) o a una detención del riego sanguíneo (isquemia). La asfixia puede causar encefalopatía isquémica hipóxica (EHI), es decir, daño al cerebro, y a otros órganos vitales antes, durante o después del parto.

 

Mientras está en el útero⍰, tu bebé depende del oxígeno de tu sangre, que obtiene a través de la placenta⍰ y el cordón umbilical⍰ . La asfixia puede producirse si este flujo de oxígeno se interrumpe, como cuando el cordón umbilical se bloquea o se estira demasiado, la tensión arterial⍰ materna baja o la placenta se separa prematuramente, como en el desprendimiento prematuro de placenta Estas complicaciones pueden ser difíciles de detectar temprano; sin embargo, la vigilancia de la frecuencia cardiaca del bebé ayuda a diagnosticar la asfixia. Los análisis de sangre también pueden descubrir un exceso de ácido en la sangre. Esto puede hacer que sea necesario poner en marcha el parto prematuramente.

 

Tras el parto, las pausas largas de la respiración o las alteraciones en la circulación debidas a una enfermedad grave, como una infección, pueden causar problemas similares. Tras el parto, es importante hacer un reconocimiento riguroso para detectar señales de que la función cerebral se ha visto afectada. Exploraciones como el electroencefalograma (EEG)⍰  o la ecografía⍰ ayudan a evaluar la actividad cerebral y a diagnosticar estos problemas. Más adelante, puede recomendarse una resonancia magnética (RM) para una evaluación más detallada.

 

El tratamiento se centra en asegurar que el oxígeno llegue a todos los órganos, aportando más oxígeno o manteniendo la tensión arterial. A veces son necesarios otros medicamentos. Para los bebés que nacen después de las 35 semanas y sufren una asfixia muy grave, enfriar su temperatura corporal a 33-34 grados Celsius (lo normal son 37 grados) puede evitar que empeore la lesión cerebral. Si el bebé cumple los criterios para este tratamiento y no hay otras cosas que lo desaconsejen (por ejemplo, el nacimiento prematuro antes de las 35 semanas), puede ser necesario trasladarlo a un centro especializado para recibirlo.

 

La displasia broncopulmonar (DBP), también llamada enfermedad pulmonar crónica (EPC), se refiere a los problemas pulmonares a largo plazo que suelen afectar a los bebés muy prematuros o extremadamente prematuros (nacidos con menos de 32 semanas) que reciben oxígeno y ventilación⍰ mecánica.

 

El parto prematuro puede frenar el desarrollo pulmonar y dañar los delicados sacos de aire (alvéolos) responsables de la entrada del oxígeno en sangre y la eliminación de dióxido de carbono. La DBP causa síntomas como respiración rápida, el aumento de la frecuencia de latidos del corazón, y niveles bajos de oxígeno, que suelen tratarse con oxigenoterapia.

 

Las causas de la DBP son complejas. El parto prematuro y los tratamientos necesarios, como el oxígeno y la ventilación, pueden empeorar el daño pulmonar, sobre todo cuando van unidos a una infección. La DBP suele seguir al síndrome de dificultad respiratoria (SDR)⍰. Normalmente, si un bebé sigue necesitando oxígeno o asistencia respiratoria al cabo de un mes, se considera DBP. Sin embargo, la mayoría de los casos mejoran con el tiempo.

 

Los bebés que necesitan oxígeno tras el equivalente de las 36 semanas de gestación⍰ (independientemente de en qué semana nacieran) se clasifican en cuadros de DBP moderados o graves según el oxígeno que necesiten. Estas categorías ayudan a decidir la duración del tratamiento y prevén los síntomas que pueden aparecer más adelante. Vigilar los niveles de oxígeno y gases en sangre⍰ es muy importante para tratar la DBP, dándose más asistencia respiratoria según sea necesario. Una buena nutrición también es importante para la recuperación tras la DBP.

 

El neumotórax ocurre cuando los alvéolos, es decir, los pequeños sacos de aire en los pulmones, se inflan demasiado y revientan, causando un escape de aire entre el pulmón y la pared del tórax. Esto puede provocar el colapso del pulmón. Los bebés con problemas de pulmón como el síndrome de dificultad respiratoria (SDR)⍰ o la neumonía⍰, los que reciben tratamiento con un respirador artificial⍰, los bebés prematuros con pulmones poco desarrollados y los que aspiran meconio⍰ y líquido amniótico⍰ son los que mayor riesgo tienen de neumotórax. Afecta aproximadamente a 1 de cada 20 bebés que pesan menos de 1500 gramos al nacer.

 

Se pueden ver señales como una bajada súbita de los niveles de oxígeno en sangre, cambios en la tensión arterial⍰ o la frecuencia cardiaca. A veces, el neumotórax puede diagnosticarse haciendo pasar la luz de una linterna a través de la caja torácica del bebé. Normalmente, las radiografías⍰ de tórax confirman el diagnóstico.

 

El tratamiento depende del tamaño del colapso. Los escapes pequeños cerrarse por sí solos o vaciarse con una aguja. Otras veces se inserta un drenaje torácico para extraer aire continuamente hasta que se resuelva el neumotórax. Puede ser necesario administrar oxigenoterapia y asistencia respiratoria con ventilación suave. También es posible el uso de ventilación de alta frecuencia oscilatoria (VAFO)⍰ y antibióticos⍰ para prevenir las infecciones pulmonares.

En el útero⍰, la presión sanguínea⍰ en las arterias que llevan a los pulmones y en el cuerpo es parecida. Tras el nacimiento, se producen cambios y la presión en el circuito del pulmón va bajando, y a lo largo de la vida funciona con menor presión que el resto de la circulación en el cuerpo. La arteria pulmonar transporta la sangre desde el lado derecho del corazón hasta los pulmones. A veces, esta presión no baja, lo que causa hipertensión pulmonar⍰. Esto puede causar varios problemas de salud problemas de salud, según sea repentina (aguda) o persistente (crónica).

 

La hipertensión pulmonar es rara en los bebés, afectando a 1 o 2 de cada 1.000 recién nacidos, a menudo durante los cuidados intensivos. Puede acompañar a enfermedades como la asfixia o la DBP. Puede ocurrir durante una enfermedad aguda, como las que se tratan con respiradores artificiales⍰, o persistir debido a una enfermedad pulmonar grave o a un conducto arterioso persistente (CAP)⍰.

 

Uno de los síntomas cardinales es la necesidad de dar más oxígeno de lo esperado para una enfermedad del pulmón. El diagnóstico suele hacerse con una ecografía⍰ del corazón. El tratamiento suele consistir en mejorar la ventilación del pulmón, con técnicas como la ventilación de alta frecuencia oscilatoria (VAFO)⍰, o inhalaciones de gas de óxido nítrico⍰. 

El SDR afecta sobre todo a los bebés prematuros, porque sus pulmones no están completamente desarrollados. El riesgo es mayor para los nacidos en las fases más tempranas: aproximadamente la mitad de los bebés nacidos a las 26-28 semanas y un tercio de los nacidos a las 30-31 semanas se ven afectados. Tratar con corticoides a las madres antes del parto puede ayudar a reducir el riesgo y la gravedad del SDR.

 

Los bebés empiezan a producir una sustancia que ayuda a sus pulmones a abrirse en torno a las 23-25 semanas de embarazo, pero puede que no tengan la cantidad suficiente hasta unos días después del nacimiento. Cuando los bebés tienen problemas para empezar a llenar los pulmones o pierden esta sustancia al tener problemas como la asfixia o una infección, aparecen los síntomas del SDR. Se utilizan análisis de sangre y radiografías⍰ de tórax tanto para diagnosticar el SDR como para evaluar el efecto del tratamiento. Además, los bebés pueden necesitar más asistencia para respirar, como la oxigenoterapia, CPAP, medicamentos o un respirador artificial⍰. La mayoría de los bebés prematuros se recuperan del SDR sin mayores problemas en una semana.